viernes, 25 de enero de 2013

COMPENSARTE CÓMO TE MERECES







Hacía más de un mes que no nos veíamos, y me dijo que me compensaría como me merezco. Así fue.

Recuerdo mi llegada al hotel, sublime lugar. Asia Gardens es un pequeño oasis tailandés en tierras mediterráneas, y simplemente con el hecho de visitar su salvaje y exótico paraje ya cumplía una de mis fantasías. 

A las 20:00h llegaba a la recepción de esos aposentos de fachada asiática y escarlata. Tras dar mi nombre, me guiaron hasta las puertas de una habitación.

Cuándo abrieron la puerta quedé pasmada. Una habitación con esencia a madera exótica, repleta de coloridas plantas cuidadosamente seleccionadas, sumergida en una tenue luz ambiental y velas corpulentas. Sí, estaba en Tailandia, sino fuera porque a través de los grandes ventanales de la habitación se podía observar el místico mediterráneo.

Mis ojos se clavaron en aquella cama de dosel con todas aquellas telas blancas descendiendo desde lo alto hasta casi rozar el colchón inmenso de aquel lecho, tan bien acomodado.
Al fondo, había un robusto y tallado espejo que reflejaba toda la habitación y daba más luminosidad a la estancia. Y sobre una pequeña mesa de piedra jaspeada, un sobre con mi nombre:

“Querida, voy a llegar con retraso pero disfrutaremos del postre. Deja la maleta, desnúdate y dirígete al baño. Tienes cosas que hacer.
Llegaré a las 22:00h. pero quiero que estés cenada y descansada. A las 21:00h. te traerán la cena a la habitación, me he permitido seleccionar el manjar que vas a degustar. Disfruta.”

Y así fue. 
Me desnudé y me dirigí ansiosa al baño. Para mi sorpresa, la bañera estaba llena de agua y repleta de hibiscus rojas, blancas y naranjas. Él sabía que era mi flor preferida. 
La fragancia que inundaba el baño era admirable, olor a naturaleza selvática.

Al lado de la bañera había una cajita aterciopelada de color azul añil. Y dentro de ella un vibrador negro con un diseño esmerado. Junto a él, una pequeña tarjeta que ponía “-Disfrútalo para mí, es sumergible”.  En ese momento pensé “-¿Para ti? No cariño, esto lo voy a disfrutar para mí”.

Qué deleite. 
El agua caliente, el olor afrodisíaco y mi juguetito oscuro vibrando suavemente por mis pezones. 
Me gustaba sentir como los estimulaba y los endurecía debajo del agua repleta de flores.
Poco a poco sentía como el palpitar de mi clítoris pedía combate, ansiaba placer.

Vacié ligeramente la bañera y me coloqué de rodillas para que parte de mi cuerpo y mi sexo quedaran fuera del agua. Así podía sentir como la lubricación se extendía a mi vulva.
Me gustaba masturbarme suavemente, untando toda mi humedad por la totalidad de mi vulva, delicadamente suave. Sentía como todos mis labios estaban empapados y resbaladizos, mientras mi falo oscuro cabalgaba vibrante extendiendo aún más mi humedad.

Lo introducía ligeramente en mi vagina y lo friccionaba con movimientos de izquierda a derecha sobre mi clítoris, a la vez que pellizcaba ligeramente mis pezones. Mi orgasmo estaba a las puertas y mis gemidos cada vez retumbaban más álgidos en esas cuatro paredes.

Empecé a sentir cómo llegaba mi orgasmo, todo un placer inmenso me inundaba y mis muslos se cerraron espasmódicamente al compás de mis quejidos.  Tiré el juguete al agua y coloqué enseguida mi dedo corazón en el clítoris, bailé con él y me volví a correr en cuestión de segundos. 
Podría seguir, tengo esa capacidad infinita… pero recordé sus palabras  “-Quiero que estés cenada y descansada”.

Así que me coloqué un albornoz rubí, cortesía del hotel, y me tiré sobre aquella cama de ensueño. 
Al momento tocaron a la puerta. Era mi cena. El botones me miró tímidamente, con las prisas no me percaté que el albornoz no estaba correctamente colocado y dejaba asomar parte de mi pecho, mi pelo semi mojado y azul, caía sutilmente enmarcando mi cara aun llena de excitación.

La cena estaba deliciosa. Carne con especias y guarnición de arroz, especializad de la casa. 
De beber, zumo de maracuyá recién exprimido. “-Cómo me conoce”, pensé y sonreí.

Efectivamente, a las 22:00h. él entraba por la puerta, siempre tan elegante. 
Yo estaba allí de pie, y hundiendo su mirada en mis ojos, me sonrió y se dirigió hasta mí, apartó ligeramente el albornoz y mientras me miraba, rozó con sus dedos la entrada de mi vagina aun húmeda. “-Buena chica, me has hecho caso", me dijo mientras metía ligeramente sus dedos en mi boca y me besaba sutilmente en los labios.

“Ven aquí, siéntate”, me dijo mientras se colocaba al lado de una de las sillas que acompañaba aquella  mesita jaspeada. Me senté algo dudosa. Agarró mi barbilla apuntado hacia la cama y me dijo “-¿Crees que he elegido por casualidad esta habitación? Esas telas colgantes no sólo están ahí para decorar”. Me estremeció el morbo.

Este hombre sabía cómo aturdirme de deseo. Mantenía la incertidumbre con descaro, y eso hacía que mi dopamina no decayese en ningún momento. Me fascinaba.

Me ofreció su mano y se la di. Me dirigió hasta los pies de la cama “-Sube y ponte de rodillas”, ordenó. 
Entonces, allí arrodillada, sujetó mis brazos, los abrió en cruz y ató mis muñecas a las telas que caían por ambos extremos del dosel. Me retiró el albornoz y me dejó completamente desnuda para su disfrute. 

Delante de mí empezó a desnudarse. Maldito. Sabía agudamente que su cuerpo me causaba admiración, y allí inmovilizada no podía recrearme en él. 
Quedó completamente desnudo, y me fascinaba ver como su polla empezaba a ponerse dura.

Se colocó sobre la cama detrás de mí y empezó a besar mi cuello, deslizó su lengua siguiendo mi columna hasta llegar a mis nalgas. Y de repente, me mordió de tal forma que grité. Y casi sin tener tiempo a sentir más dolor, besó la zona mordida.

Agarró con una mano el pelo suelto que caía por mi espalda y tiró ligeramente mi cabeza hacia atrás. Con la otra sujetó su falo erecto y empezó a deslizar la punta de su glande por mi clítoris. 
Me masturbó con él, rozaba mis labios, acariciaba mi clítoris con movimientos ligeros y por momentos introducía ligeramente la punta del glande en la entrada de mi vagina sin ir más allá.

Estaba gozando muchísimo y su ávida respiración me confirmaba que él también. 
Sentía su polla rociada y suave estimulándome sin parar, mezclándose con mi humedad. 
Mi estado de excitación era muy elevado.

“-Mira al fondo y contémplate en el espejo”, me ordenó. 
Y sí, allí estaba yo, atada de las muñecas, arrodillada en cruz, completamente desnuda y lascivamente observándome gozar con su pene resbalando por toda mi vulva. Preciosa imagen la nuestra, pensé.

Mis gemidos aumentaban por momentos, estaba muy cerca del orgasmo y él lo sabía, así que empezó a masturbarme con más entusiasmo y rapidez hasta que sentí como me corría por cada poro de mi piel. Me vi corriéndome en el espejo.

Mientras recuperaba el aliento allí inmovilizada, él se levantó y se dirigió a una pequeña nevera que había en la esquina de la habitación. Me encantaba ver su culo firme pasear delante de mí.  
Sacó una bandeja llena de fresas. Mi sonrisa fue inmediata, sabía que adoraba ese manjar.

“-Te dije que disfrutaríamos del postre juntos, mi pequeña”, dijo dulcemente con una sonrisa. 

Cogió una fresa y la introdujo en mi boca… “-¿Te gusta, verdad? Pues ahora te va a gustar más”, declaró. Agarró una de las fresas, abrió más mis piernas arrodilladas y empezó a deslizar la fresa por todo mi sexo. No sabía que con una fresa se podía sentir tal placer.

Entonces, bajó la cabeza hacia mi pubis y depositó su lengua en mi clítoris a la vez que introducía parcialmente la punta de la fresa en mi vagina. Untó la fruta completamente de mi excitación, para acabar depositándola en mi boca.  “-Saboréate cómo nunca lo has hecho”, me susurró. 
Y repitió ese ritual con algunas fresas más mientras las comía conmigo y me comía a mí.


“-Ponte de pie”, su orden me hizo descansar un poco los brazos al no tenerlos en tensión por las telas, me dolían ligeramente.  Al momento, él desapreció por el baño y regresó con una cámara de vídeo entre las manos, la cual conectó a la televisión que teníamos delante de la cama. En ese momento pensé que íbamos a grabarnos, pero no fue así.

Mi sorpresa llegó cuando en aquella inmensa pantalla de plasma aparecí yo masturbándome en la bañera. Me había grabado mientras me masturbaba antes. Y entonces recordé lo que ponía en la tarjeta “-Disfrútalo para mí…”.

“-Ahora te voy a follar mientras te contemplas en el espejo y ves tu vídeo en la bañera”. 
Se puso de pie a mi lado y estrujando mis nalgas me elevó de tal forma que mis piernas rodeaban su cintura. De repente sentí su penetración profunda, casi dolorosa. Y bailando allí suspendida, empecé a cabalgar fuertemente con él, mientras las telas tiraban ligeramente de mis brazos con los movimientos.

A cada golpe de bajada mi clítoris tocaba su pubis y se estimulaba. Y mirara donde mirara, todo era escandalosamente vicioso. Follándonos en directo reflejados en aquel espejo, y jadeando tímidamente mientras me veía en la pantalla masturbándome en la bañera. Y mirándole a él exhausto, perdido entre mis gemidos entremezclados que hacían doble eco por toda la habitación.

Me iba a correr de nuevo. Esos golpes interminables sobre mi clítoris, su lengua sobre mi pezones y verlo a él penetrándome sin cesar, me absorbía por completo.  
Y sin dejar de lamer mis pezones, sentí que me hundía en un profundo orgasmo…

Cuando abrí los ojos ya no estaba encima de él, no sé cómo volvía a estar medio arrodillada y suspendida por las telas. Él estaba arrodillado jadeando junto a mí, masturbándose,  y al momento llenó mi abdomen de su semen. Me encantaba verlo tan obscenamente entregado a mí.

Por fin me desató y se tumbó junto a mí. Estábamos exhaustos... 
Se entretuvo un tiempo acariciándome con sus dedos y besándome, me gustaba cómo me hacía sentir. 

Y en aquel lugar casi utópico, 
descansando entre caricias y miradas, 
recordé que podemos ser dueños de todo lo que imaginamos.

Judith Viudes.








sábado, 19 de enero de 2013

IMAGINA


Me gustaba su olor, me recordaba a una efervescente fragancia de madera y mar.

Recuerdo a la perfección que me encontraba sentada y semidesnuda en aquella silla, el frío del asiento penetraba en mis nalgas desnudas. Y él, detrás de mí, sabía cómo apartar con maestría los mechones de pelo que cubrían mi nuca para pasear su lengua por ella.

¿Conoces esa sensación de cuándo la espuma del mar roza tu piel e inunda cada poro con un cosquilleo salado?
Esa sensación es la que sentía cuando sus dedos, untados de saliva, rozaban delicadamente la areola de mi pezón. Primero humedecía la zona y luego me soplaba, para acabar mordiendo sutilmente mi punta, erizada para él.

Le gustaba sentarse delante mi y observarme.
Me miraba con tal deseo, que sus ojos azules se clavaban dentro de mí.

Yo me encontraba con las manos atadas a los barrotes de la silla y eso me inquietaba, me descontrolaba imaginarme perdiendo el control sobre mí y entregándoselo a él por primera vez.

La cuerda presionaba mis delicadas muñecas, casi podía percibir la zona levemente enrojecida por la presión, pero mi atención se desvanecía rápidamente con el placer que sentía cuando sus manos grandes y cubiertas de un aceite de canela y jengibre, aparecían desde mi espalda y agarraban suavemente mis pechos para masajearlos de forma pausada.
Me encantaba. Me gustaba sentir cómo se entretenía con mis pechos resbaladizos y brillantes bajo esa tenue luz que inundaba toda la habitación.

Mientras, su aliento candente en mi oído, se fundía con su entrecortada y excitada respiración.
Le gustaba verme inmovilizada, le ponía ver mis pezones firmes por su entusiasmo.
Entonces, se puso delante de mí y sin dejar de clavar sus pupilas en mi mirada, se arrodilló en el suelo para estar a mi altura. Colocó sus rudas manos sobre mis rodillas y las abrió bruscamente sin pensarlo dos veces. Eso me hizo gemir levemente.

Ahí estaba todo mi sexo abierto para él, húmedo y semi descubierto.
Podía sentir cómo la fina tela de mis braguitas negras de encaje, había quedado atrapada entre los labios de mi vulva. Y la tela, empezaba a empaparse de mi excitación incontrolada.

Me miraba morbosamente sin parar y esbozaba una sonrisa de medio lado, mientras se levantaba y me dejaba allí sola. Atada, excitada y muy mojada.

La incertidumbre me mataba,
¿dónde había ido ahora? ¿Qué me iba a hacer? ¿Me iba a dejar ahí sola y agitada?

A los pocos minutos, escuché sus pasos acercándose por mi espalda.
Y entonces el corazón se me disparó, podía sentir las palpitaciones sobre mi esternón. Y seguidamente colocó una cinta roja de satén sobre mis ojos y la ató con fuerza.
Agarró mi pelo suavemente y movió mi cabeza hacia atrás, se acercó a mi oído derecho y me susurró
“-¿preparada?” 
Sólo supe asentir con la cabeza.
La incertidumbre de no saber cuál sería su siguiente paso aceleraba mi respiración.

A los pocos segundos, empecé a sentir que paseaba un objeto duro y gélido por mi esternón empapado de aceite. Lo deslizó hasta mi boca y me dijo “-abre la boca y saca la lengua”. Obedecí.
Supe lo que era cuando empezó a deslizarlo por mi lengua: un dildo liso y suave de cristal.

“-Humedécelo bien porque vas a follarte”, me dijo.
Y mientras yo lamía el dildo, empecé a sentir cómo con la yema de sus dedos estimulaba los labios de mi sexo descubiertos. Hasta que apartó con sutileza toda la tela pegada a mi coño y dejó todo mi sexo al descubierto.

Estaba mojadísima y muy excitada.

Apartó el dildo de mi boca y empezó a deslizarlo por mi barbilla, cuello, bajó por mi esternón, llegó a mi vientre, resbaló por mi pubis y lo depositó gélido sobre mi clítoris, sin moverlo. Ejerció una pequeña presión y siguió friccionando con movimientos circulares. Estaba empapada.

Presentía que iba a correrme en cualquier momento.
Era tan sublime la excitación y el placer que me hacía sentir que perdí la noción del tiempo y el lugar.

Y sin pensarlo dos veces, embistió suavemente el cálido cristal dentro de mí. Gemí. Ese ligero dolor me hizo volver en sí, desperté de aquel éxtasis en el que estaba sumergida. Retiró lentamente el juguete empapado de mis fluidos y me cogió la mandíbula con su mano, me abrió la boca e introdujo la punta de su firme polla en mi boca.

No podía ver nada, pero me excitaba recrearme con ella sin poder verla, sólo imaginarla y saborearla.

Ya había olvidado el dolor de mis muñecas presionadas e inmóviles. Sentía que las tenía semi adormecidas.
Me desató, y ejerció un ligero masaje sobre ellas. Me gustaba su atención, sus cuidados.

Acto seguido, cogió mi mano derecha y me colocó el dildo sobre ella.
“-A ver qué sabes hacer con esto” me dijo, "-Pero no te corras hasta que yo te lo diga”.
Así que empecé a masturbarme con ese cristal, mientras su polla se movía entre mi boca y mis pechos intermitentemente.

Qué sublime sensación aquella.
Sometida, sin poder ver, dando rumbo incontrolado a la imaginación, muy excitada y masturbándome con aquel cristal. Mientras él paseaba su polla dura por mis pechos y por mi boca. 

“-Si no paro me voy a correr” le dije entrecortadamente.
De repente, el cesó y me quitó el dildo escurridizo de la mano.
Se hizo un silencio, sólo se escuchaba la agitada respiración de ambos, entremezclada con la fuerte lluvia que caía afuera.

“-Vas a correrte con la lluvia cuando yo te diga” me susurró rozando sus labios con los míos.
Estremecí.
Me cogió de la muñeca y me guió a ciegas, salimos de la habitación y al momento sentí que estábamos cerca del balcón. “-Quédate quieta”, me dijo.

Escuché como abría la ventana y sentí una bocanada de aire fresco que me dejó toda la piel erizada.
Agarró mis brazos y me dijo seriamente “-Sujétate con ambas manos a la barandilla del balcón e inclina la cabeza hacia delante”. Entonces sonreí. Empecé a sentir como las gotas de lluvia mojaban mi cara, mis brazos y mis manos…
A la vez, tenía mis piernas juntas, sentía como el interior de mis muslos rozaban deslizantes por mi pura humedad.

Lo sentía a él detrás de mí, paseando sus manos por mi piel y de repente ¡zas! Azotó fuertemente mis blancas nalgas. Podía sentir el ardor de su mano marcada en mi culo.
Entre abrió mis piernas y suavemente empezó a introducirme el glande duro y rociado de morbo, la metió hasta casi final. Y cuando la tenía casi toda rígida dentro de mí, volvió a azotarme aún más fuerte.
Se deslizaba hacia dentro y hacia fuera con una mezcla alterna de brusquedad y sutileza.

Y allí estaba yo.
Asomada al balcón, medio sumergida en la lluvia y penetrada sin cesar.
Me flaqueaban las piernas por instantes de la satisfacción, había abandonado mi yo y se lo había cedido a él. Estaba haciendo conmigo lo que quería, y eso me complacía.

Colocó dos de sus dedos sobre mi clítoris mientras me penetraba allí de pie. Me masturbó al compás de sus embestidas hasta que le dije “-me voy a correr”.
Entonces aumentó la intensidad de sus movimientos pélvicos y la presión sobre mi sexo. En ese momento sentí como mi vagina empezó a contraerse espasmódicamente de placer, el orgasmo que sentí fue tan inmenso y eminente que perdí la tonicidad muscular y sentí caer al vacío.

Volví en si fugazmente y sus brazos rodeaban mi cintura desde atrás, me sujetaba para no dejarme caer medio desvanecida de satisfacción. Y allí suspendida, entrelazada con él a mis espaldas y con su miembro aun duro dentro de mí… besaba mi espalda ligeramente.

Me elevó en sus brazos y me llevó suspendida hacia la cálida habitación.
Me tumbó en la cama boca arriba y ligeramente se apoyó sobre mi abdomen, juntó con su manos mis pechos y colocó su pene entre ellos. Dios. Que morbo sentía mientras su sexo masturbaba mis pechos, mientras mis pechos masturbaban su sexo. Sin dejar de mirarme.

Aumentó la velocidad de sus movimientos y la presión sobre mis senos, me llegaban a doler ligeramente pero el morbo de la situación y sus gemidos irregulares de gozo podían conmigo.
Al momento, sentí como su semen rociaba mi torso descubierto y desamparado. Sonreí.
Me entusiasmaba saber que yo calmaba sus delirios de grandeza, era yo quién calmaba su sed.

Se acercó a mi rostro, me beso en los labios y me retiró la venda que cubría mis ojos,
por fin podía verle de nuevo. Tenía unos ojos azules penetrantes y esbozaba una media sonrisa blanca digna de anuncio.

Su cuerpo, completamente desnudo y cuidado, me estremecía. Solamente con observarlo, me complacía.

Y entonces me dijo: “-Te vas a correr y quiero que veas cómo me lo bebo todo, lo vas a hacer para mí”.

Así que depositó su boca sobre mi clítoris y se entretuvo pausadamente comiéndome.
Mi mirada clavada en él, lasciva, aumentaba la dosis extra de lujuria que me hacía sentir.
Y no tardé nada en volverme a sumergir en un orgasmo indescriptible…
Sentí como me exprimía y se bebía todo mi orgasmo.

“-¿Qué estás haciendo conmigo?”, pensé retumbante en mi cabeza, mientras mis piernas se recuperaban de las convulsiones orgásmicas.

Fue entonces cuando semi desmayada de cansancio, me cogió de nuevo en sus brazos y se sentó sobre la silla donde todo había empezado. 
Allí sentado, y yo abrazada encima de él, se aproximó a mi oído y me susurró:
“-Me estoy volviendo jodidamente loco por ti”.



Judith Viudes.