sábado, 19 de enero de 2013

IMAGINA


Me gustaba su olor, me recordaba a una efervescente fragancia de madera y mar.

Recuerdo a la perfección que me encontraba sentada y semidesnuda en aquella silla, el frío del asiento penetraba en mis nalgas desnudas. Y él, detrás de mí, sabía cómo apartar con maestría los mechones de pelo que cubrían mi nuca para pasear su lengua por ella.

¿Conoces esa sensación de cuándo la espuma del mar roza tu piel e inunda cada poro con un cosquilleo salado?
Esa sensación es la que sentía cuando sus dedos, untados de saliva, rozaban delicadamente la areola de mi pezón. Primero humedecía la zona y luego me soplaba, para acabar mordiendo sutilmente mi punta, erizada para él.

Le gustaba sentarse delante mi y observarme.
Me miraba con tal deseo, que sus ojos azules se clavaban dentro de mí.

Yo me encontraba con las manos atadas a los barrotes de la silla y eso me inquietaba, me descontrolaba imaginarme perdiendo el control sobre mí y entregándoselo a él por primera vez.

La cuerda presionaba mis delicadas muñecas, casi podía percibir la zona levemente enrojecida por la presión, pero mi atención se desvanecía rápidamente con el placer que sentía cuando sus manos grandes y cubiertas de un aceite de canela y jengibre, aparecían desde mi espalda y agarraban suavemente mis pechos para masajearlos de forma pausada.
Me encantaba. Me gustaba sentir cómo se entretenía con mis pechos resbaladizos y brillantes bajo esa tenue luz que inundaba toda la habitación.

Mientras, su aliento candente en mi oído, se fundía con su entrecortada y excitada respiración.
Le gustaba verme inmovilizada, le ponía ver mis pezones firmes por su entusiasmo.
Entonces, se puso delante de mí y sin dejar de clavar sus pupilas en mi mirada, se arrodilló en el suelo para estar a mi altura. Colocó sus rudas manos sobre mis rodillas y las abrió bruscamente sin pensarlo dos veces. Eso me hizo gemir levemente.

Ahí estaba todo mi sexo abierto para él, húmedo y semi descubierto.
Podía sentir cómo la fina tela de mis braguitas negras de encaje, había quedado atrapada entre los labios de mi vulva. Y la tela, empezaba a empaparse de mi excitación incontrolada.

Me miraba morbosamente sin parar y esbozaba una sonrisa de medio lado, mientras se levantaba y me dejaba allí sola. Atada, excitada y muy mojada.

La incertidumbre me mataba,
¿dónde había ido ahora? ¿Qué me iba a hacer? ¿Me iba a dejar ahí sola y agitada?

A los pocos minutos, escuché sus pasos acercándose por mi espalda.
Y entonces el corazón se me disparó, podía sentir las palpitaciones sobre mi esternón. Y seguidamente colocó una cinta roja de satén sobre mis ojos y la ató con fuerza.
Agarró mi pelo suavemente y movió mi cabeza hacia atrás, se acercó a mi oído derecho y me susurró
“-¿preparada?” 
Sólo supe asentir con la cabeza.
La incertidumbre de no saber cuál sería su siguiente paso aceleraba mi respiración.

A los pocos segundos, empecé a sentir que paseaba un objeto duro y gélido por mi esternón empapado de aceite. Lo deslizó hasta mi boca y me dijo “-abre la boca y saca la lengua”. Obedecí.
Supe lo que era cuando empezó a deslizarlo por mi lengua: un dildo liso y suave de cristal.

“-Humedécelo bien porque vas a follarte”, me dijo.
Y mientras yo lamía el dildo, empecé a sentir cómo con la yema de sus dedos estimulaba los labios de mi sexo descubiertos. Hasta que apartó con sutileza toda la tela pegada a mi coño y dejó todo mi sexo al descubierto.

Estaba mojadísima y muy excitada.

Apartó el dildo de mi boca y empezó a deslizarlo por mi barbilla, cuello, bajó por mi esternón, llegó a mi vientre, resbaló por mi pubis y lo depositó gélido sobre mi clítoris, sin moverlo. Ejerció una pequeña presión y siguió friccionando con movimientos circulares. Estaba empapada.

Presentía que iba a correrme en cualquier momento.
Era tan sublime la excitación y el placer que me hacía sentir que perdí la noción del tiempo y el lugar.

Y sin pensarlo dos veces, embistió suavemente el cálido cristal dentro de mí. Gemí. Ese ligero dolor me hizo volver en sí, desperté de aquel éxtasis en el que estaba sumergida. Retiró lentamente el juguete empapado de mis fluidos y me cogió la mandíbula con su mano, me abrió la boca e introdujo la punta de su firme polla en mi boca.

No podía ver nada, pero me excitaba recrearme con ella sin poder verla, sólo imaginarla y saborearla.

Ya había olvidado el dolor de mis muñecas presionadas e inmóviles. Sentía que las tenía semi adormecidas.
Me desató, y ejerció un ligero masaje sobre ellas. Me gustaba su atención, sus cuidados.

Acto seguido, cogió mi mano derecha y me colocó el dildo sobre ella.
“-A ver qué sabes hacer con esto” me dijo, "-Pero no te corras hasta que yo te lo diga”.
Así que empecé a masturbarme con ese cristal, mientras su polla se movía entre mi boca y mis pechos intermitentemente.

Qué sublime sensación aquella.
Sometida, sin poder ver, dando rumbo incontrolado a la imaginación, muy excitada y masturbándome con aquel cristal. Mientras él paseaba su polla dura por mis pechos y por mi boca. 

“-Si no paro me voy a correr” le dije entrecortadamente.
De repente, el cesó y me quitó el dildo escurridizo de la mano.
Se hizo un silencio, sólo se escuchaba la agitada respiración de ambos, entremezclada con la fuerte lluvia que caía afuera.

“-Vas a correrte con la lluvia cuando yo te diga” me susurró rozando sus labios con los míos.
Estremecí.
Me cogió de la muñeca y me guió a ciegas, salimos de la habitación y al momento sentí que estábamos cerca del balcón. “-Quédate quieta”, me dijo.

Escuché como abría la ventana y sentí una bocanada de aire fresco que me dejó toda la piel erizada.
Agarró mis brazos y me dijo seriamente “-Sujétate con ambas manos a la barandilla del balcón e inclina la cabeza hacia delante”. Entonces sonreí. Empecé a sentir como las gotas de lluvia mojaban mi cara, mis brazos y mis manos…
A la vez, tenía mis piernas juntas, sentía como el interior de mis muslos rozaban deslizantes por mi pura humedad.

Lo sentía a él detrás de mí, paseando sus manos por mi piel y de repente ¡zas! Azotó fuertemente mis blancas nalgas. Podía sentir el ardor de su mano marcada en mi culo.
Entre abrió mis piernas y suavemente empezó a introducirme el glande duro y rociado de morbo, la metió hasta casi final. Y cuando la tenía casi toda rígida dentro de mí, volvió a azotarme aún más fuerte.
Se deslizaba hacia dentro y hacia fuera con una mezcla alterna de brusquedad y sutileza.

Y allí estaba yo.
Asomada al balcón, medio sumergida en la lluvia y penetrada sin cesar.
Me flaqueaban las piernas por instantes de la satisfacción, había abandonado mi yo y se lo había cedido a él. Estaba haciendo conmigo lo que quería, y eso me complacía.

Colocó dos de sus dedos sobre mi clítoris mientras me penetraba allí de pie. Me masturbó al compás de sus embestidas hasta que le dije “-me voy a correr”.
Entonces aumentó la intensidad de sus movimientos pélvicos y la presión sobre mi sexo. En ese momento sentí como mi vagina empezó a contraerse espasmódicamente de placer, el orgasmo que sentí fue tan inmenso y eminente que perdí la tonicidad muscular y sentí caer al vacío.

Volví en si fugazmente y sus brazos rodeaban mi cintura desde atrás, me sujetaba para no dejarme caer medio desvanecida de satisfacción. Y allí suspendida, entrelazada con él a mis espaldas y con su miembro aun duro dentro de mí… besaba mi espalda ligeramente.

Me elevó en sus brazos y me llevó suspendida hacia la cálida habitación.
Me tumbó en la cama boca arriba y ligeramente se apoyó sobre mi abdomen, juntó con su manos mis pechos y colocó su pene entre ellos. Dios. Que morbo sentía mientras su sexo masturbaba mis pechos, mientras mis pechos masturbaban su sexo. Sin dejar de mirarme.

Aumentó la velocidad de sus movimientos y la presión sobre mis senos, me llegaban a doler ligeramente pero el morbo de la situación y sus gemidos irregulares de gozo podían conmigo.
Al momento, sentí como su semen rociaba mi torso descubierto y desamparado. Sonreí.
Me entusiasmaba saber que yo calmaba sus delirios de grandeza, era yo quién calmaba su sed.

Se acercó a mi rostro, me beso en los labios y me retiró la venda que cubría mis ojos,
por fin podía verle de nuevo. Tenía unos ojos azules penetrantes y esbozaba una media sonrisa blanca digna de anuncio.

Su cuerpo, completamente desnudo y cuidado, me estremecía. Solamente con observarlo, me complacía.

Y entonces me dijo: “-Te vas a correr y quiero que veas cómo me lo bebo todo, lo vas a hacer para mí”.

Así que depositó su boca sobre mi clítoris y se entretuvo pausadamente comiéndome.
Mi mirada clavada en él, lasciva, aumentaba la dosis extra de lujuria que me hacía sentir.
Y no tardé nada en volverme a sumergir en un orgasmo indescriptible…
Sentí como me exprimía y se bebía todo mi orgasmo.

“-¿Qué estás haciendo conmigo?”, pensé retumbante en mi cabeza, mientras mis piernas se recuperaban de las convulsiones orgásmicas.

Fue entonces cuando semi desmayada de cansancio, me cogió de nuevo en sus brazos y se sentó sobre la silla donde todo había empezado. 
Allí sentado, y yo abrazada encima de él, se aproximó a mi oído y me susurró:
“-Me estoy volviendo jodidamente loco por ti”.



Judith Viudes.

4 comentarios:

  1. Un relato precioso... Ansioso del siguiente.

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    1. Gracias :)

      No soy muy de segundas partes, prefiero que queden en la imaginación de cada uno/a a su parecer...

      Pero un relato más escribiré :P

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  2. Tu poesia, hasta hoy, me habla de una ilusion de mujer fuerte. Una mujer que sueña consciente, observando lo que siente y nos lo cuenta.

    Ahora empiezas una seria de relatos que he leido de forma inversa. De los tres, este es el unico que he sentido que has vivido de verdad. Siento que has vivido lo que escribes y siento que lo has vivido en momentos distintos, siendo tu recuerdo el que los une aqui.

    Me gusta leer tu poesia y mas aun tus relatos sentidos.

    Gracias

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    1. Muchas gracias por tu comentario, de veras.

      He de confesarte que este también es mi relato preferido ;))

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